10 de agosto de 2012

Aristóteles en Washington, D.C.: El ala oeste de la Casa Blanca

Durante los últimos 28 días, 155 episodios, me he adentrado de cabeza en el mundo de la política norteamericana a través de la pequeña pantalla. Y quién mejor que Aaron Sorkin (n. 1961), que actualmente también nos deleita mostrando los vericuetos del periodismo en The Newsroom (HBO, 2012), para enseñarnos realmente lo que es la política. la política partidista, sí, la de demócratas y republicanos, la de los lobbys de presión, la pòlítica internacional y doméstica... pero sobre todo la política en el sentido más clásico de la palabra. Aristóteles decía que el hombre es un zóon politikon, un animal político, en el ensayo sobre la política que escribió. El ser humano se relaciona socialmente, está obligado a ello desde que nace. Gobernar ciudades, países, imperios. ¿Cómo hacerlo? ¿Con qué mecanismos cuenta? ¿A qué problemas se enfrenta en el día a día? Lógicamente, la política que concebía Aristóteles se refería al ámbito reducido de las poléis griegas, las ciudades-estado. ¿Cómo habría concebido el estagirita regir una superpotencia mundial? Los romanos le sacaron ventaja en ello, pues sí que tuvieron que enfrentarse a la irresoluble e incómoda cuestión de la administración de un imperio. El político romano republicano concebía también de forma local la facultad de gobernar: la Urbe, ocasionalmente una provincia. Los principes, los emperadores, con Roma en el centro, tuvieron que aprender a gobernar vastas extensiones, a mantener la paz, a a conceder autonomía cuando convenía, a no dejarse influir exclusivamente por lo que hoy en día llamamos un lobby de presión. ¿No había acaso, además del ejército, sectores comerciales y/o empresariales como los navicularii, las societates publicanorum, los consorcios contratistas, los comerciantes relacionados con la annona militaris? Durante los ocho años de su administración, Josiah Jed Bartlet (Martin Sheen), nos ha llevado desde una ficción muy real a esa política que aquí está desprestigiada desde hace años. El espectador de El ala oeste de la Casa Blanca (The West Wing, NBC, 1999-2006) tiene la sensación no sólo de acercarse al día a día de una administración presidencial cada semana, sino que también, como en el ágora ateniense o en el foro romano, de asistir puntualmente a una lección de educación política.

Quien más quien menos ha visto algún episodio de esta serie. No es una serie actual, bien lo sabemos, y en TVE su emisión se realizó en muchas ocasiones al capricho de programadores que posiblemente no valoraban el producto que la cadena había comprado. Y no es que en España fuéramos espectadores neófitos en la materia: para muestra un botón, es decir, La Clave (la 2 de TVE, 1976-1985) con José Luis Balbín. Pero para cuando la serie de Aaron Sorkin se estrenó la educación política (no confundir con la educación para la ciudadanía) no sólo estaba demodé, sino que se asimilaba a adoctrinamiento. Nuestro borreguismo actual (por no decir nuestra demagogia) ya llevaba varios años incubado y latente; los reality-shows que llegarían desde el año 2000 con los sucedáneos de Big Brother, abriendo la senda para el sensacionalismo televisivo más barato. Una serie como El ala oeste de la Casa Blanca parecía ya desde el principio condenada a ser emitida a horas intempestivas. A fin de cuentas, si no nos interesa la política local, mucho menos nos va a llamar la atención una serie sobre un presidente yanqui y su equipo de gobierno, ¿no?

Vi en su momento en TVE las primeras tres temporadas de la serie. Guardaba hasta hace un mes recuerdos vagos, algunos personajes me venían a la cabeza, alguna trama. Pero cuando vi esas temporadas en aquellos años yo era un espectador televisivo más bien pasivo. La Edad Dorada de la televisión (2004-¿2010?) aún no había empezado, la simbiosis entre TV e Internet, el rol activo del serieadicto, la reformulación narativa, aún estaban en pañales. Sí, todos habíamos visto Twin Peaks y The X-Files en los años noventa, por no mencionar la ficción serial ochentera. Pero el fenómeno serial no había llegado a las cotas actuales. Aún el cine era la cantera de la creatividad. La televisión seguía siendo la hermana pequeña de la pantalla grande. Por otro lado, El ala oeste de la Casa Blanca es una serie de factura muy clásica, empezando por sus títulos de crédito y sus tramas, muchas de ellas episódicas, otras de larga duración. Pero Aaron Sorkin es un tipo muy clásico en cuanto a la concepción de la narración televisiva. Para quien esto escribe fue toda una sorpresa, una grata sorpresa, una película como Algunos hombres buenos (Rob Rener, 1992), cuyo guión me enteré hace poco (¡glups!) que es de Sorkin, adaptando una obra teatral suya de 1989. Ya con veintiocho años, Sorkin demostraba que era capaz de hablarnos de política en una intriga judicial en un escenario militar (abriendo también la senda para posteriores series como JAG [NBC, 1995-1996; CBS, 1996-2005]). No debía sorprendernos, pues, una serie como la que Sorkin creó alrededor del equipo presidencial de Jed Bartlet.

El Ala Oeste de la Casa Blanca (Avenida Pensilvania, nº 1600)

Propiamente, la serie gira en torno a ese equipo presidencial que trabaja en el área de la Casa Blanca quue da lugar al título: no sólo el Despacho Oval, sino las salas del jefe de gabinete, sus adjuntos, el director de comunicaciones, la secretaria de prensa, etc., así como la no menos importante sala de operaciones. A priori, el presidente Jed Bartlet debía ser un personaje secundario, focalizando la atención en su equipo: Leo McGarry (John Spencer), el jefe de gabinete y el hombre que impulsó a Bartlet a la presidencia desde New Hampshire; su adjunto, Josh Lyman (Bradley Whitford); el director de comunicaciones, Toby Ziegler (Richard Schiff); su ayudante y el redactor de los discursos presidenciales, Sam Seaborn (Rob Lowe); la secretaria de prensa, la portavoz del gobierno, C.J. Cregg (Allison Janney); la ayudante de Josh, Donnatella Donna Moss (Janel Moloney); el ayudante personal del presidente, Charlie Young (Dulé Hill). Todos ellos fueron el equipo habitual de las primeras cuatro temporadas, durante las cuales Sorkin, creador de la serie, ejerció como productor ejecutivo y guionista a destajo. Hubo personajes secundarios como Mandy Hampton (Moira Kelly; ¿qué fue de ella, por cierto?), asesora de medios, en la primera temporada, o la secretaria ejecutiva de Bartlett, Delores Landingham [la señora Landingham] (Kathryn Joosten), cuya muerte al final de la segunda temporada dio un giro emotivo al personaje de Bartlet. Los diversos temas políticos, desde la inapropiada relación de Sam con una escort (Lisa Edelstein antes de meterse en la piel de Lisa Cuddy de House), la detención de un juez hispano (Edward James Olmos), candidato al Tribunal Supremo, los debates en torno a la cuestión Iglesia-Estado, la relación de la Casa Blanca con la prensa, la política partidista en un Congreso republicano (la Administración Bartlet es demócrata),... forjaron la primera temporada, con un estilo muy sorkiniano, con esa dialéctica de toma y daca, largos diálogos, lecciones de educación política (o incluso de economía) constantes, que tanto marcaron la serie desde el principio. Y que engancharon al telespectador: conmigo, en este maratoniano visionado particular, lo consiguieron en seguida, los personajes en apenas unos pocos capítulos ya se me hicieron familiares. Desde el principio Sorkin creó situaciones divertidas pero con sustancia; en el piloto mismo, Sam apenas conoce nada de la Casa Blanca; más adelante, Josh sustituye a C.J. y mete la pata; e incluso se nos planteraon las tácticas filibusteristas por parte de un senador en el Congreso estadounidense (imaginad algo en nuestro Congreso de los Diputados...).

El equipo presidencial en la primera temporada.
Jed Bartlet progresivamente se erige paulatinamente en personaje central de una serie que comienza cuando apenas han pasado catorce meses desde el inicio de su presidencia. Premio Nobel de Economía, máster en Teología, gobernador de New Hampshire, toda una enciclopedia andante de curiosidades históricas, forofo absoluto del equipo de baloncesto de la universidad de Notre Dame de Indiana (donde estudió), católico pero no fundamentalista (recuérdese la andanada al respecto contra una integrista en uno de los primeros episodios; o la secuencia en la catedral de Washington, interpelando al mismísimo Dios), parece un político perfecto, pero no lo es (aquella secuencia en que es convencido por Leo de no usar la ley del talión, por ejemplo). Leo, precisamente, actúa en esta primera temporada como particular Pepito Grillo, aconsejando al presidente. Sorkin, que políticamente se define como demócrata y a quien habitualmente se le critica el modo feroz con el que pinta a los republicanos, nos pinta un Jed Bartlet que bebe de grandes presidentes como Woodrow Wilson, Franklin Delano Roosevelt y John Fitzgerald Kennedy en su ideario, y que tiene el carisma de un Bill Clinton sin sus escándalos sexuales. Avanzada la primera temporada se descubre que padece esclerosis múltiple; en un atentado que a priori no iba dirigido contra él recibe un disparo al final de esa primera temporada (evocando el atentado contra Ronald Reagan en 1981); en la segunda, su decisión de ocultar al pueblo americano el alcance de su enfermedad pone en peligro la posibilidad de presentarse a la reelección, decisión que tomará finalmente en una memorable escena final (con "Brothers in Arms" de Dire Straits como música de fondo); nunca un gesto de meterse las manos en los bolsillos significó tanto...

Desde el principio la educación política fue esencial. La droga que nos enganchó a muchos adictos a esta serie. Y surgieron personajes recurrentes en las siete temporadas, como Abigal Bartlet (Stockard Channing), la Primera Dama; el vicepresidente John Hoynes (Tim Matheson), alcohólico como Leo y cuyos escándalos sexuales fuerzan su dimisión al final de la cuarta temporada); asesores especialistas en sondeos como Joey Lucas (Marlee Matlin), sordomuda y con quien Josh mantiene una relación más que profesional (y siempre acompañada por su intérprete Kenny); el periodista Danny Concannon (Timothy Bushfield), uno de los fijos en la Casa Blanca, y que busca la manera de tener algo más con C.J.; la activista Amy Gardner (Mary-Louise Parker), consultora ocasional y que trae de cabeza a Josh (y al equipo) en varias ocasiones; Bruno Giannelli (Ron Silver), asesor en la campaña de reelección de Bartlet (y que en la septima temporada, a pesar de sus filias demócratas, se encarga de la campaña de Arnold Vinick [Alan Alda], el candidato republicano a la presidencia); la asesora legal Ainsley Hayes (Emily Procter), republicana pero que trabaja para una Casa Blanca demócrata. La tercera temporada empezó con un episodio especial («Isaac and Ishmael»), emitido apenas un mes después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, y que planteaba, de un modo realista e incitando a la reflexión, un debate sobre el terrorismo islamista radical y el modo en cómo un país democrático debe enfrentarse a él. Después, la serie giró en esta temporada, en una de las tramas principales, en torno a la campaña de reelección de Bartlet y la decisión presidencial de asesinar al ministro de Defensa de un país del Golfo Pérsico ficticio (Qumar, en la zona del golfo de Ormuz), que traerá consecuencias en la siguiente temporada. Quizá cuarta temporada sea la más irregular, aunque las elecciones presidenciales para el segundo mandato de Bartlet (enfrentándose al gobernador de Florida, Robert Ritchie [James Brolin]) fueron lo más destacada en la primera parte. Las desavenencias de Sorkin con la productora (que forzaron su salida al finalizar la temporada) y el rol de algunos personajes, como Sam Seaborn, que dejó la serie en la segunda parte de esta cuarta temporada, desembocaron en dramática una finale season: el secuestro de Zooey, la hija menor del presidente (Elisabeth Moss antes de meterse en la piel de Peggy Olson en Mad Men). 

Who is Who?
Muchos predijeron que la serie perdería intensidad tras la marcha de Sorkin en 2003. Con los primeros dos capítulos de la quinta temporada podía estar de acuerdo: la resolución del secuestro de Zooey fue demasiado apresurada; y en mi opinión se desaprovechó el potencial de un personaje como Glen Allen Walken (John Goodman), speaker de la mayoría republicana en el Congreso y presidente en funciones de los Estados Unidos cuando, en medio de la vorágine del secuestro de Zooey (y con conflictos abiertos en Oriente Medio que afectan a la seguridad del país), Bartlet dimite momentáneamente. La quinta temporada, pues, empezó fuerte. La marcha de Rob Lowe de la serie se suplió ya en la cuarta temporada con la introducción del personaje de Will Bailey (Joshua Malina), director de campaña de un candidato demócrata californiano a la Cámara de Representantes, luego contratado para redactar el discurso de inauguración de Bartlet en su segundo mandato y, desde entonces, como ayudante de Toby Ziegler en la Casa Blanca. John Wells asumió la producción ejecutiva de la serie, aportando un tono más cínico a las tramas. El idealismo de Sorkin, sus particulares mundos de Yupi en los que la política (demócrata, que conste) se convierte en material de un particular curso de educación política en el sentido más clásico de la palabra, se atemperó con un acercamiento más terrenal, si se quiere, a las tareas de gobierno. La presidencia de Bartlet en su segundo mandato es más reñida con un Congreso con mayoría republicana; destacan los episodios octavo («Shutdown»), cuando tras la ruptura de negociaciones con el speaker republicano (Steven Culp), Bartlet fuerza el cierre del gobierno, con la magnífica secuencia del presidente y su equipo caminando desde la Casa Blanca al Capitolio, en un alarde de fuerza; y decimoséptimo («The Supremes»), en el que la muerte de uno de los jueces del Tribunal Supremo es la oportunidad perfecta para la Administración Bartlet para situar a una jueza liberal (cuando no roja), Evelyn Baker Lang (Glenn Close), y su peculiar toma y daca dialéctico con ontro candidato, el ultraconservador Christopher Mulready (William Fichtner). Dos muestras de que la serie, en mi opinión, no sólo no perdía intensidad sin los guiones de Sorkin, sino que incluso salía ganando: una lucha política más bregada, una visión más cínica y descarnada de la tarea gubernamental, unos personajes menos idealistas. Se añadió un nuevo vicepresidente, el mediocre congresista por Colorado Bob Bingo Russell (Gary Cole), que pronto fichó a Will como su director de comunicaciones y posterior director de su campaña en las elecciones primarias a la candidatura demócrata a la presidencia, que tendrá lugar en la sexta temporada.

Las dos últimas temporadas de la serie dan paso a cambios sustanciales. En la sexta temporada, el equipo del Ala Oeste de la Casa Blanca cambia: tras los primeros episodios, las negociaciones en Camp David a tres bandas entre Estados Unidos, Israel y la Autoridad Palestina (remedo de los Acuerdos de Oslo de 1993), Leo McGarry sufre un infarto (previa destitución por parte de Bartlet, que no llega a realizarse) y se retira de su cargo jefe de gabinete. Le sucede C.J. Cregg, abriendo una nueva senda para el personaje (la primera mujer en asumir este cargo), que aprenderá a marchas forzadas como desempeñarse en un cargo de máxima responsabilidad, la mano derecha del presidente. Toby Ziegler, primero, y luego Will Bailey la sustituyen como secretarios de prensa. Por su parte, comienzan las primarias para elegir candidato demócrata a la presidencia, el sucesor de Bartlet. Josh encuentra en el congresista por Tejas Matt Santos (Jimmy Smits) a su Jed Bartlet particular. La sexta temporada alternará la labor de gobierno, con un equipo presidencial reestructurado, y las primarias demócratas a tres bandas: Hoynes, el anterior vicepresidente que pretende volver a la política; el vicepresidente Russell, que ficha como asesores a Will y a Donna (para sorpresa de Josh, que desde entonces la verá como una rival), y Santos, el candidato hispano, quien cuenta con menos apoyos y que, empezando desde cero, deberá realizar un trabajo enorme (pero honesto) para, finalmente, conseguir la nominación en una convulsa convención demócrata. El rival de Santos será Arnold Vinick (Alan Alda), que tiene a Bruno Giannelli como asesor y que parte como favorito. Su campaña es de tono centrista, huyendo de los extremismos ultras de su propio partido, y buscando una amplia victoria en todos los estados.

La séptima temporada, la última, es la campaña política más intensa: la campaña electoral a la presidencia que deberá elegir al sucesor de Jed Bartlet. La labor del equipo de la Casa Blanca pasará a un segundo lado, si bien ya en la anterior temporada un Leo McGarry recuperado de su infarto insistía en los 365 días finales, el último año de la Administración Bartlet, la última oportunidad para realizar una auténtica labor de gobierno y el legado de Bartlet como presidente; habitualmente, el último año presidencial suele ser de perfil bajo, con el piloto automático puesto, y a remolque del año electoral que empieza con las primarias de New Hampshire, los caucus, el Súpermartes, las convenciones demócrata y republicano, la formación delos tickets de candidatos (presidente y vicepresidente),... Ya el personaje de Bartlet había tenido cambios en la sexta temporada: su esclerosis múltiple se agrava, se ve obligado a utilizar bastón, a reducir su agenda. Pero una avería en la Estación Espacial Internacional crea una crisis, cuando se filtra que Estados Unidos tiene un transbordador militar hasta entonces secreto; Toby Ziegler confesará ser el particular Garganta Profunda, lo cual afecta al personaje durante el resto de la temporada. Pero el gran tema que afecta a la Administración Bartlet en esta séptima temporada es el conflicto en Kazajastán, con chinos y rusos invadiendo el país y los Estados Unidos, ante la falta de intrvención internacional, asumiendo el rol de mediador.

7ª temporada: Vinick vs. Santos... y Bartlet.
Pero la trama principal, la más atractiva, de esta temporada final son las elecciones presidenciales, la lucha entre el ticket demócrata Santos-McGarry (Leo acepta ser candidato a la vicepresidencia en el capítulo final de la sexta temporada) y el ticket republicano Vinick-Sullivan (encarnado este último por Brett Cullen). Desde el principio, la candidatura de Santos va por detrás de la de Vinick, y habrá que centrar el discurso en aquellos puntos fuertes en los que el candidato demócrata destaca. El episodio séptimo, «The Debate», debería ser de visionado obligatorio en Ciencias Políticas. No me imagino un debate de este tipo por nuestros lares. Ves a Rajoy y a Rubalcaba sacando gráficos y cifras, y constantemente piensas "¿esta gente realmente sabe de lo que habla, entiende lo que está diciendo?". En cambio, sobre ideas clave, sobre líneas maestras con las que uno puede estar de acuerdo o no; eso no lo ves por acá. Ves, en cambio, a Santos y a Vinick, ves sus puntos fuertes y sus puntos débiles, ves a políticos con los que puedes estar de acuerdo o no, pero que dan una imagen de honestidad por encima de todo. En el doble episodio del día de elecciones la serie oficializó la muerte de Leo: John Spencer murió en diciembre de 2005, a mitad de rodaje de la temporada, circunstancia que forzó a cambiar muchas de las tramas que pensaban plantear (a priori, Leo sería un candidato a vicepresidente con mucha más experiencia y dispuesto a asesorar a un novato congresista como Santos; aunque él mismo tampoco es perfecto...). El final de la temporada es el traspaso de poderes de una administración a otra... y la marcha de Bartlet. "¿En qué piensas?", le pregunta Abigail en el avión, de regreso a New Hampshire después de la ceremonia de inauguración del nuevo presidente. "En mañana", contesta mirando por la ventana. Imagen del avión surcando los aires. Fundido a negro. Y fin.

Entre los elementos más destacados de la serie, además de su constante pedagogía política, es que da la sensación, a lo largo de sus 155 episodios, que el gobierno del país no reside en el gabinete de secretarios (ministros), sino en el equipo del Ala Oeste de la Casa Blanca. Tradicionalmente el vicepresidente es más una figura honorífica en el organigrama constitucional estadounidense que dotada de un poder decisorio; sin embargo, en esta serie el vicepresidente, ya sea Hoynes o Russell, juega un rol particular. Apenas se ve a lo miembros del gabinete presidencial, y tampoco tienen influencia en la política diaria. En la sala de operaciones aparece la Consejera de Seguridad Nacional Nancy McNally (Anna Deavere Smith) y a menudo el secretario de Defensa Hutchinson; y junto a ellos, en las cinco primeras temporadas, el Jefe del Estado Mayor, el almirante Percy Fitzwallace (John Amos). Desde la quinta temporada se añade el elenco del equipo presidencial una asesora de seguridad nacional, Kate Harper (Mary McCormack), pero, ¿cuántas veces sale el secretario de Estado, el ministro de Asuntos Exteriores? Apenas un par de veces, pero se trata de una figura fundamental en la política estadounidense. Imaginemos una serie sobre la presidencia de Obama sin Hillary Clinton; muchos telespectadores se preguntarían, "¿quién diablos es Rahm Emanuel (jefe de gabinete de la Administración Obama hasta octubre de 2010)?". Apenas recuerdo una sola reunión del gabinete al completo en toda la serie (y hubo alguna...).. 

Curiosamente, además, el elemento culebronesco inherente a toda ficción serial no es un elemento que a Sorkin no le interesara potenciar. Quizá la trama de Sam con la escort en la primera temporada, la relación intermitente de Charlie y Zooey, el feeling (por no decir la tensión sexual) entre Josh y Donna, la complicada relación de Toby con su ex-esposa Andy (y madre de sus hijos gemelos), la propia relación de Bartlet con la Primera Dama, o los roces entre Will y Kate en la séptima temporada sean lo más destacado (y me dejo cosillas en el tintero). Es normal que los personajes evolucionen y se nos cuente mucho de su vida personal (el padre de C.J, con síndrome de Alzheimer, la muerte del hermano de Toby o la complicada relación con su padre, Bartlet y sus tres hijas), pero sus vivencias no alteran el plato fuerte de la serie: la pedagogía política, los debates en torno a la separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial, y sus consecuencias), el escenario internacional post-11S,...

Hay que acabar esta entrada. Ciento cincuenta y cinco episodios después, El ala oeste de la Casa Blanca se ha convertido en un referente ineludible de la ficción serial estadounidense. Durante veintiocho días he disfrutado enormemente de esta serie, en jornadas maratonianas (especialmente los fines de semana). Queda la sensación de orfandad, como la sufrida tras visionar por primera vez A dos metros bajo tierra o Mad Men. Pero también queda la sensación de que aunque la política esté desprestigiada, el zóon politikon aristotélico sigue aún muy vivo. Quizá solamente en las series de televisión, pero muy vivo.

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