4 de junio de 2012

Reseña de Favoritos de la Fortuna, de Colleen McCullogh


Con Favoritos de la Fortuna se inicia un proceso de transición: de las guerras civiles y el protagonismo de Mario y Sila al auge de la siguiente generación de políticos, los César, Pompeyo, Craso y Cicerón de la década de los años 60 a.C. Pero en este volumen, el tercero de la saga, Sila sigue estando muy presente, comenzamos la trama prácticamente in media res y se sobrevuela sobre el período de los años 83-69 a.C.

Vayamos por partes. En la primera parte, Lucio Cornelio Sila es el gran protagonista (aunque no será el único). El volumen se inicia tras un lapso de tiempo respecto el final del libro precedente: La corona de hierba había finalizado con la muerte de Mario, tras su tercer y fulminante infarto, en los primeros días de su salvaje séptimo consulado (enero del 86 a.C.), y con un jovencísimo Cayo Julio César convertido (prácticamente condenado) a ejercer el cargo de flamen dialis. Colleen McCullough decide dejar de lado el Cinnanum regnum (86-84 a.C.), la guerra de Sila contra Mitrídates del Ponto (finalizada en falso con el tratado de Dardania del año 85 a.C.) y el período de stand by en Roma, para comenzar la novela con el desembarco de Sila, en la primavera del año 83 a.C. A él acuden los partidarios ocultos y los jóvenes ambiciosos como Cneo Pompeyo, autoapodado Magnus. Los tambores de la guerra suenan, se organizan los ejércitos, el vengador procedente de Oriente ha llegado y viene dispuesto a castigar a sus enemigos, como dejó bien claro (Apiano dixit) en una carta enviada al princeps Senatus Lucio Valerio Flaco. Y así en el primer capítulo de la novela se narra, con detalle y amenidad, la reanudación de la guerra civil entre ¿marianos? y ¿silanos?, con el hijo de Mario como imposible cónsul, el joven Pompeyo ofreciéndose (aunque no a cualquier precio) a Sila, y al joven César encerrado en Roma, condenado a ser flamen diales y a no participar en la importante guerra civil (cuasi itálica con la participación de los samnitas, lucanos y demás antiguos socii, ahora ciudadanos romanos, que se niegan a participar en la Roma de Sila). Porta Colina (noviembre del año 82 a.C.) como antes y después. Y un vencedor: Lucio Cornelio Sila.

Pero el Sila que ha regresado no es el mismo de antes: decrépito, convertido en sombra de sí mismo, pero decidido a reconstruir Roma, aunque a su manera, la de una mos maiorum que ya no funciona, la de una supremacía senatorial que resulta anacrónica, con los tribunos de la plebe reducidos a meros auxiliadores de la población plebeya, los magistrados controlados y estipulados sus límites, y bajo el signo de la proscripción, del ambiente enrarecido de cabezas depositadas en el Foro, de la sangre de équites y senadores enemigos de Sila y del poder omnímodo de una dictadura nueva, impensable años atrás. McCullough disecciona la constitución que Sila establece durante su período dictatorial (82-79 a.C., siguiendo la cronología tradicional, aunque los especialistas en la materia, con Fréderic Hurlet a la cabeza, discuten estas fechas). Lo interesante es ver cómo el personaje de Sila ha evolucionado desde el primer volumen de la saga: sí, sigue siendo el monstruo que prácticamente aullaba bajo la luz de la luna, el asesino de madrastra, querida y algún que otro consular, pero también el hombre gastado, físicamente destruido, amargado. El corredor de fondo que se da cuenta de que el premio por ganar la carrera realmente no vale la pena. El político consumado dispuesto a un último esfuerzo, una última reforma, un último intento por olvidar el fantasma de los Gracos y la revolución que significó Mario. Pero sabiendo que no, el premio no lo vale: ser el Primer Hombre de Roma no es aquel supremo triunfo al que aspiraba desde años atrás.

Joven Cayo Julio César
La novela, pues, dedica prácticamente la mitad de su extensión a la guerra civil y la dictadura de Sila, pero sin dejar de lado al otro gran protagonista del volumen (en realidad, de toda la saga), que es César. Y, por supuesto, a Pompeyo. Todos ellos –Sila, César, Pompeyo, Craso, en cierto modo Cicerón– son los favoritos de la diosa Fortuna. Sertorio pudo serlo, pero fracasó, como a su manera lo intentaron Verres, Lúculo o Lépido. Último resistente mariano, corrupto, silano y post-silano, lo intentaron, pero fracasaron. O Espartaco, cuya interpretación en la ficción literaria es de lo mejorcito de este volumen: un romano reducido a la esclavitud, un soldado que sabe cómo organizar un ejército de esclavos y desafiar durante tres años a las tropas que se le envían en contra para destruirle. César es el faro sobre el que McCullough se ilumina para presentarnos ya a su héroe, su auténtico héroe en esta serie de novelas. Frente a él, Pompeyo es el joven militar decidido a ser alguien por sí mismo, sin necesidad del Senado, dispuesto a romper barreras, a ser el Alejandro romano. Y Craso, el vencedor de Espartaco, el hombre dominado por su sed de riquezas, de dinero.

Si La corona de hierba nos ofrecía un vívido y reconstruido retrato de una década, los años 90 a.C., en el que las lagunas de las fuentes son numerosas, con Favoritos de la Fortuna llegamos a un período histórico en el que contamos con mayor documentación. Dión Casio sigue siendo fragmentario, pero Apiano nos ofrece un relato completo de la guerra civil de los años 83-82 a.C., de la dictadura silana, la guerra sertoriana, la revuelta de Espartacto o el consulado de Pompeyo y Craso en el año 70 a.C. Contamos con fragmentos de las Historias de Salustio, con las biografías plutarquianas de César, Pompeyo, Craso, Sila, Lúculo, Sartorio y Cicerón; los primeros grandes discursos de Cicerón (el Pro Sexto Roscio Amerino y las Verrinas), el relato de las guerras mistridáticas de Apiano, fragmentos de Diodoro de Sicilia,… Ante este tapiz de documentación, cada vez mayor, la década de los años 70 a.C. es rica en la ficción literaria de McCullough. Rica y diversa, pues la autora nos lleva de un lado a otro del Mediterráneo, de la Hispania de Sartorio a la Bitinia de Nicomedes IV, al azote de los piratas de Cilicia, a Chipre, al asedio de Mitilene por Lúculo, y sobre todo a la Roma de la era post-silana. A la Roma de los boni como Catulo, Hortensio, Metelo Pío, Mamerto y los chaqueteros como Filipo. A la Roma de los grandes procesos judiciales, de los tribunos de la plebe que no se resignan a que sus poderes queden mutilados, la Roma de los équites que aspiran a resurgir de las proscripciones de Sila. La Roma de César, el joven que se forja, se convierte en héroe militar, político consumado, casi perfecto, casi inmaculado (el gran defecto de McCullough, su enamoramiento del personaje), casi inalcanzable.

Cneo Pompeyo Magnus
Volumen de transición hacia una nueva Roma, decía; pero volumen complejo ante el panorama mostrado, el alcance de la pluma de Colleen McCullough, que sigue con su propósito de novelar el último siglo republicano romano. Las erratas de la traducción del anterior volumen, numerosas, demasiadas, en ocasiones insultantes, se siguen repitiendo en este volumen; y eso que la traducción de Francisco Martín es impecable, captando los matices de los diversos registros lingüísticos utilizados. Sin duda, erratas al margen, los tres primeros volúmenes de esta saga atraparon a los lectores por la ágil y vibrante traducción de Francisco Martín. Desde entonces, el rigor de la traducción de los siguientes volúmenes fue decayendo. Pero esta es otra cuestión.

Favoritos de la Fortuna empieza con un desembarco y termina con una partida, la de César hacia Hispania como cuestor. En busca de fortuna, experiencia y la necesidad de iniciar un cursus honorum impecable, todo in suo anno. Termina con un hombre como Pompeyo que ha madurado políticamente desde que acudió veloz e ilusionado a ofrecerse a un Sila que no fue el que su imaginación desbordada le había permitido fantasear. Termina con el legado de la dictadura silana destruido (a excepción del apartado de los proscritos). Termina una era, comienza otra. 

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