14 de abril de 2012

Crítica de cine: Madrid, 1987, de David Trueba

Es curioso, dos de los recientes estrenos del cine español nos llevan a 1987: Grupo 7, que empieza en esa fecha, y este Madrid, 1987, que significa el retorno de José Sacristán a la gran pantalla desde Roma, buenísima película hispano-argentina de 2004. Y precisamente Sacristán lo hace en un rol similar al que desarrolló entonces: un escritor desencantado, desubicado y que es el testimonio vivo de una época ya pasada.

David Trueba escribe y dirige una película que parece, huele y sabe a cine independiente, que resulta minimalista (encerrar a dos actores en un escenario minúsculo durante tres cuartas partes del metraje), con apenas medios y con una gran historia. Que en sí pudiera no ser novedosa: un periodista veterano, Miguel Batalla (Sacristán) se cita con una estudiante de periodismo (María Valverde) en una cafetería para hablar de periodismo y literatura, pero la cosa va más allá cuando Miguel invita a la chica (de la que no sabemos su nombre) a casa de un amigo. Es el verano de 1987, el inicio de la cultura del pelotazo, la transición ya puede verse desde la perspectiva que ofrece un hecho histórico y España apuesta por entrar en el club de los países del primer mundo con los preparativos de los fastos de 1992. Pero las cosas se complican para Miguel y la chica cuando se quedan encerrados, prácticamente desnudos, en un cuarto de baño durante horas y horas... Y comienza el viaje de esta película: el inetrcambio de impresiones entre un escritor veterano y la periodista principiante; entre un hombre que ha estado escribiendo la crónica política y social de los últimos veinticinco años y la joven que siente el gusanillo de escribir; entre el hombre maduro que apenas busca ya el cuerpo joven de una mujer, y la chica que reconoce no estar a la altura de lo que se supone que debe ser a su edad. 

La película es de ritmo reposado, no lento, soportado por los diálogos, por los monólogos de Miguel y los aparentes silencios de la joven. Trueba construye una película diferente, sin estridencias ni necesidad de tramas trufadas de acción y efectos especiales. Dos cuerpos y un cuarto de baño. Nada más. ¿Para qué quieres más? Y la imaginación al poder cuando "ven" una película en el marco de un espejo que ya no existe. Y simplemente el toma y daca, la veteranía resabiada y amarga frente a la lozanía no exenta de madurez. Y con el "mañana" al llegar a los títulos de crédito.

Si queréis disfrutar de esas películas de actores que "dialogan" y no sólo interpretan, ésta es la vuestra. Si queréis confirmar porqué José Sacristán sigue siendo un gran actor, ésta es la vuestra. Y si queréis disfrutar con una película en la que lo importa no es saber como acaba, sino como se llega, aquí tenéis una oportunidad. Quizá os cueste encontrarla en la cartelera y desaparezca de una semana para otra: en Barcelona mismo sólo la exhiben en dos salas de cine. Qué triste, ¿verdad?

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